REQUIEM POR UNA DEMOCRACIA EN RUINAS

Reflexiones sobre el quienes, cómo y porqué del Gobierno universitario


DEMOCRACIA Y GOBIERNO UNIVERSITARIO A LA LUZ DEL ESTATUTO ESTUDIANTIL

La universidad, si es verdadera, debe poseer sus bases sobre la cultura que en el campus subsiste. Esa cultura, para prevalecer y seguir cabalgando en la senda de la academia integral, el pensamiento crítico y la inteligencia, debe estar cimentada sobre una democracia real que no la coarte ni la despelleje, sino por el contrario, la enaltezca y le permita fluir. La propuesta de estatuto estudiantil no solo tiene la característica de haber sido consultada y aprobada en las altas instancias de los cuerpos colegiados en donde, por demás, los estudiantes no participamos ni de forma mayoritaria ni mediante procesos consultivos, sino que adicionalmente es una reforma que no considera una necesidad social como es la democracia. ¿Cómo se concibe una universidad sin la participación activa de sus miembros? Al parecer los actuales directivos han encontrado una solución que creemos está profundamente alejada del pensamiento crítico, el debate, la cooperación, y el devenir académico en sí.

La única forma de participación que conciben quienes elaboraron el estatuto estudiantil (posiblemente los mismos que piensan tomar las decisiones de ahora en adelante), es la representación estudiantil. De hecho, el único capitulo que menciona el tema de la participación (que no de la democracia), se llama “De la organización y de la representación estudiantil”. Paradójicamente no menciona nada relacionado con la organización estudiantil como forma de definición, de poder constituyente.

El problema de limitar el ejercicio de la participación activa a la representación, es que enajena a la comunidad universitaria de las decisiones, es decir de la universidad misma. Nuestra universidad se ha caracterizado precisamente por la construcción colectiva que la cultura universitaria ha forjado. Esa pluralidad estudiantil no solo se limita con un representante, sino que se elimina cuando además éste representante estudiantil personifica un voto en un cuerpo colegiado de diez o más miembros. La propuesta de participación del estatuto significa una evidente involución incluso frente al añejo estatuto anterior de más de treinta años en donde al menos se consagraba un consejo superior estudiantil, los consejos estudiantiles y la asamblea estudiantil.

Como si lo anterior no fuera razón suficiente para desestimar por completo la participación estudiantil, la propuesta de estatuto además consagra un nuevo “protocolo” para la elección de representantes, que lejos de incentivar el ejercicio académico apunta mas bien a impulsar el clientelismo y las mañas políticas que sin importar la ideología, han demacrado el ejercicio político en Colombia. Dice el estatuto: “Capitulo IV, De Los Estímulos… Artículo 31, Estímulos:… A la Representación Estudiantil. La Universidad reconocerá incentivos a los Representantes Estudiantiles en los Consejos de Facultad, Consejo de Sede, Consejo Académico y Consejo Superior Universitario equivalentes a la exención total del pago de derechos académicos para estudiantes de posgrado y del pago de matrícula para estudiantes de pregrado.” Cabría la pregunta de si el ejercicio de la representación estudiantil, así como la naturaleza de la democracia misma (incluso la representativa), están acordes con incentivos individuales que pueden generar competencias malsanas y denigrar el propósito mismo de la representación que de por si, no es el ejercicio de participación idóneo. Los representantes necesitarían más bien garantías y herramientas para ejercer la representación, para comunicarse con la comunidad estudiantil e impulsar el desarrollo de la democracia.

Dice además el estatuto: “Artículo 24. Requisitos para ser Representante Estudiantil. Podrán ser representantes los estudiantes que cumplan con los siguientes requisitos: ….

– No haber reprobado asignatura o actividad académica alguna.

– No tener ni haber tenido sanción disciplinaria. …”

Es importante llamar la atención sobre ese punto porque si bien es necesario que quienes nos representen como estudiantes sean referentes académicos, compañeros con iniciativa, inquietud, y coherencia con su actividad (responsabilidad frente a los estudiantes), dada la composición del estatuto estudiantil (lo que algunos llaman “su esencia”), las inhabilidades para ser representante pueden ir desde alguien que sea muy bueno académicamente y sin embargo haya reprobado una asignatura (algo que en muchas ocasiones poco tiene que ver con la inteligencia o la aplicación), hasta un estudiante censurado políticamente por directivos quienes pueden aplicar una sanción disciplinaria, no por su comportamiento, disciplina o falta de ética, sino por su actividad política disímil del pensamiento de algún directivo de turno. Lo anterior lo permiten las medidas disciplinarias y su aplicación, consagradas dentro de este mismo estatuto (artículos 11 a 22), particularmente el artículo 21 que habla sobre sanciones.

Tenemos entonces como primeras conclusiones dos elementos:

- La propuesta de estatuto estudiantil no reconoce la democracia ni el gobierno universitario donde los estudiantes participen como colectivo. De hecho solo reconoce como forma de participación a la representación estudiantil, la cual además de incompetente para el propósito de una democracia plena, es insuficiente, limitada e inmensamente minoritaria en los cuerpos colegiados, impidiendo por completo un ejercicio democrático veraz o al menos equitativo.

- La representación estudiantil es demacrada en la propuesta de estatuto al brindar estímulos que corresponden más al beneficio individual que al ejercicio del representante y adicionalmente delimita unas exigencias que establecen un nuevo perfil, mas clientelista que vocacional, eliminando por completo la posibilidad de reivindicar los derechos de los estudiantes.

Pero a partir de lo anterior ¿Cuál es entonces la alternativa? ¿Qué elementos pueden solucionar las graves falencias identificadas en el estatuto? La respuesta a esto debe partir por el entendimiento de un gobierno democrático al interior de la universidad.

AUTONOMÍA Y DEMOCRACIA UNIVERSITARIA: ELEMENTOS PARA RECOMPONER EL GOBIERNO UNIVERSITARIO

La universidad atraviesa una crisis de legitimidad grave. Por años se intentó posicionar desde todas las esferas del conocimiento la necesidad de que los claustros, como entes académicos, formularan colectivamente sus rumbos como órganos con autodeterminación. En otras palabras, las necesidades que estudiantes y profesores evidenciaban desde su quehacer diario, pudieran materializarse en una perspectiva a seguir para así poco a poco y mediante el tan difícil pero gratificante recurso de la cooperación, lograr que la universidad evolucionara y creciera como fuente de propuestas para la sociedad. Que los estudiantes y profesores (e incluso los trabajadores universitarios quienes están inmersos en el devenir académico), sean los que formulen las propuestas y establezcan criterios, trazando así caminos para la universidad, tiene de entrada una evidente virtud: tanto el estudiante como el profesor están inmersos en el día a día de la academia, son ellos quienes conocen la profundidad de los problemas que acontecen en su área, las falencias, los recursos, las limitaciones y los propósitos. Adicionalmente, no es uno sino múltiples estudiantes y profesores quienes pueden poner en perspectiva sus observaciones enriqueciendo así el ejercicio de la democracia. Sin embargo ni siquiera los puntos señalados anteriormente son lo esencial dentro de esta forma de gobierno universitario. El punto esencial es que la participación colectiva permanente que este modelo de gobierno implica, hace eco en la identidad estudiantil. En otras palabras, cuando la comunidad académica construye y se establece como gobierno universitario activo, se recompone el sentido de pertenencia hacia la universidad, el sentirse parte integral del claustro.

En contraste con esta propuesta de gobierno universitario como gobierno democrático construido por la comunidad universitaria, existe otro tipo de modelo de gobierno. Esta forma de gobierno se caracteriza por ser eficiente en las decisiones, las cuales son tomadas por un cuerpo colegiado pequeño con componentes externos, usualmente provenientes de los sectores productivos y el gobierno nacional. Sin embargo estas presencias, lejos de ser garantes y protectores de la autonomía, buscan más bien delinear un rumbo ya trazado por los programas de gobierno. Esta forma de gobierno universitario usualmente es más eficaz que la anterior, puesto que logra tomar decisiones rápidas con caminos previamente delimitados, pero cuenta de entrada con serias dificultades.

La primera de ellas es que los organismos de gobierno externos a la universidad no le imprimen ni la dimensión ni la importancia que le imprime la comunidad universitaria a sus problemas, metas y visiones.

La segunda dificultad es que al estar la universidad sujeta a un programa de gobierno, la comunidad universitaria es separada fuertemente del devenir académico, puesto que los programas para la universidad ya han sido implementados, y la única participación posible sería la que se adaptara a las condiciones políticas y administrativas de lo ya aprobado por el programa de gobierno de turno (la burocracia externa por encima de la propuesta académica endógena). Termina pareciendo que la universidad es un ente aislado de su comunidad, y ¡resulta que la universidad no lo es sin la comunidad universitaria!

La tercera dificultad, que es evidente a la luz de las anteriores, es que lo anterior genera una profunda crisis de legitimidad, de sentido de pertenencia y por supuesto de democracia, puesto que se aísla a la comunidad universitaria de la construcción del edificio universitario y por ende de un rumbo académico colectivo. Lo anterior genera entre otras cosas un detrimento en la investigación, la calidad académica y la cultura universitaria.

La anterior es precisamente la forma de gobierno actual de la universidad, defendida y promovida por los actuales directivos bajo la premisa de que la universidad debe ser gobernada por “gente que sepa”, que la universidad necesita un “orden y rumbo” y que la universidad no se puede convertir en un ente aislado a la sociedad. Paradójicamente, la universidad nunca había estado mas aislada de la sociedad, ni había sufrido una crisis institucional tal que dejara en la total incertidumbre frente a un orden y un rumbo universitario, que en estos años que ha sido gobernada exclusivamente por la “gente que sabe”. Que la universidad siga las políticas de tal o cual gobierno, siendo ajena a la participación plena de la comunidad universitaria, ha generado profundas crisis institucionales, recortes presupuestales alarmantes, detrimento en las políticas académicas y de bienestar, entre muchos otros efectos. La universidad debería ser precisamente la voz y propuesta frente a las políticas nacionales y no al revés, la interrelación entre la universidad y el estado debe ser recíproca, de participación y escucha, pero la universidad bajo ningún motivo se puede convertir en el instrumento ideológico de las políticas de algún gobierno. De hecho, las mejores experiencias de interrelación entre la universidad y la sociedad han sido precisamente cuando la comunidad universitaria se encarga de proponer y llevar los rumbos del claustro. Como ejemplos de ello tenemos a la Universidad de Buenos Aires, cuyo órgano máximo es una Asamblea General universitaria, y cuyos proyectos de investigación y extensión le han conferido un posicionamiento y reconocimiento entre la sociedad civil, además de un fuerte aumento en los índices de calidad académica.

El gobierno universitario entonces, debe ser un gobierno democrático, amplio, pluralista, donde todas las expresiones científicas, artísticas y filosóficas tengan cabida, donde el eje sean los principios de solidaridad y cooperación. Solo la construcción colectiva, puede recuperar para nuestra universidad el papel y los años perdidos. Años que sentimos de frente, hoy, los estudiantes de la UN, desde el médico que examina con tristeza las falencias que posee su carrera, y que por no estar en la agenda han sido imposibles de solucionar, pasando por el ingeniero, el artista, el agrónomo, abogado, historiador, filosofo…

Sin embargo, antes de concluir, es necesario hacer aclaraciones que quedan en el aire y sin las cuales la idea de gobierno democrático no se puede concebir. La primera es que la autonomía universitaria, como forma de autodeterminación de la comunidad académica se sustenta en una democracia que siendo plena, no es totalizante. En otras palabras, la democracia de cuerpos colectivos heterogéneos, debe ser vista como un poder constituyente y no un poder administrativo. Los universitarios debemos meterle las manos a la universidad para darle rumbo, y no echarle mano a la universidad, porque terminaríamos cayendo en los mismos vicios que criticamos de las actuales formas de gobierno universitario, permeadas debido a su mismo carácter por la corrupción institucional. El gobierno universitario debe ser abierto y transparente, de arquitectura autónoma y endógena (desde consejos estudiantiles, hasta cabildos, asociaciones, claustros y colegiaturas, etc.), donde tengan voz todos los estudiantes, y espacio preferencial para aquellos que siendo minorías, complementan y enriquecen el devenir universitario (indígenas, afrodescendientes, etc.).

En conclusión, la universidad necesita de forma urgente un gobierno democrático que la redefina y la recomponga. Muchas de las graves falencias que como universitarios identificamos en nuestra universidad, parten de una estructura participativa cerrada y antidemocrática, que impide la participación colectiva y real, que ha alejado a la universidad de la construcción y la interrelación con la sociedad y que ha enajenado a la comunidad universitaria de su propia universidad, perdiendo así paulatinamente, el elemento esencial para la construcción de una alternativa frente a los graves problemas de nuestra sociedad: la identidad. No podemos perder el respeto por una universidad que sigue siendo nuestra, y que tenemos el derecho y deber de construir. Ya existe suficiente ilustración sobre los nocivos efectos que modelos de gobierno universitario como el actual pueden causar (U. Córdoba, U. Pamplona, U. Atlántico).

La universidad, en vez de ser reproducción fiel de lo que una democracia caduca y corrupta ha hecho a la sociedad colombiana, debería ser mas bien, semilla y flor de una propuesta nueva de democracia.